Llegó el curso pasado y se juntó con los chicos más
activos de la clase, esos que salen corriendo al jardín para pillar la pista de
futbol antes que nadie. No le costó casi nada. Tiene buenas habilidades
sociales y conectó rápido con los nuevos compañeros. CompañerOs, sí, los
chicos. Un poco por juego y otro poco por nosequé tenían esa tontería de que
las chicas son bobas y, si hay que sentarse a su lado, dejan un sitio libre en
medio.
Eso, este curso, ha desaparecido.
Conmemorando el día de los derechos de la infancia,
tuvimos una tertulia al respecto, estuvimos hablando acerca de la diferencia de
oportunidades de un@s niñ@s y otr@s en el mundo, de su libertad para ser quien
son, de la necesidad de afecto… (Ya lo he contado en una entrada anterior).
El lunes, su mamá me contó que, el sábado por la tarde le
habló de esto y le contó lo que habíamos hecho en clase. “Sara, le dijo, dice que
tenemos derecho a ser como somos y que no nos tiene que preocupar lo que digan
los demás” (como si fuera fácil). “Mamá,
quiero pintarme las uñas de rosa”
Su mamá sacó un esmalte de uñas rosa y se pusieron a
pintarse las uñas. En eso estaban cuando él dijo: “Quiero ponerme una falda”
Al llegar a casa recopilé todos los pintauñas que tengo
por los cajones y los llevé a clase al día siguiente. ¡Qué locura! Yo no
imaginaba la revolución que se organizó; una fiesta.
A él le costó atreverse, miraba cómo otros y otras se
pintaban las uñas entre sí, divertido pero distante. Hasta que ella le dijo ¿te
pinto las uñas? Y él dijo “sí”.
Esa misma tarde me fui a un chino y cargué con cosas para
disfrazarnos: gorros, gafas, faldas, pelucas, boas de plumas… Otro festival de
buena mañana.
A partir de este día son ellos y ellas los que traen
pintauñas, maquillajes, disfraces… se los colocan de buena mañana y, a veces,
se los llevan a casa y los traen al día siguiente.
Quizá él sea hoy un poquito más libre.
Estoy contenta.