Como cada viernes, a no más de 200m del cole, porque Irene todavía va en silla de ruedas, comienza la diáspora. Caminamos tranquilas las 60 personas que salimos del cole y de pronto se nota cierta urgencia por ver si la cabaña sigue en pie, por elegir con quién entrar de pareja en el túnel oscuro (porque, ainssss, ¡se me ha olvidado la linterna!), para ser el primero el coger el trineo de tirarse por el tobogán grande... (¡yo voy contigo!)
Nunca llega el grupo compacto al lugar de destino, la autonomía de movimientos es grande desde el minuto cero, también la placidez de las relaciones y la diversidad de intereses, con lo que la actividad es frenética. No hay orden y concierto aparente pero es un espejismo, todo el mundo sabe lo que quiere hacer.
Empecé a hacer un mandala y enganché a algunos, pocos, que merodeaban de acá para allá cerca de mí. Las propuestas que no salen de ell@s, unas veces tienen éxito, otras no. El otro día intenté captar colaboradores para hacer un móvil para colgar en clase, pero no tuve éxito y acabé haciéndolo sola. Bueno, es lo que hay.
El viernes sí, este mandala, que no es el primero, lo hicimos en equipo y nos quedó precioso.
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